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domingo, 4 de noviembre de 2012

Entrevista a Alberto Llerena, el maestro (Parte II) “Yo creo que la Polilla era yo”

Viene de parte I
Luego de contarnos sobre sus inicios en la música y el teatro, el Maestro nos cuenta de sus estudios de Sociología en la Universidad de Antioquia y de su encuentro con Camilo Torres...
Foto: Jose Paternina
...Entonces me tuve que ir a Medellín a estudiar sociología.


-Donde incluso conoció a Camilo Torres ¿no?
Tengo una historia muy particular. Cuando Camilo estaba en pleno apogeo, que todavía no se había ido a la guerrilla, yo era estudiante de la Universidad de Antioquia y ya dirigía el grupo de teatro de la universidad; y yo recuerdo que en una huelga, llego Camilo a hablar en la facultad; la Universidad por ese entonces no tenia campus y en vez de eso había un claustro, que le llamaban San Ignacio, igualito a la forma de la Universidad de Cartagena y ahí había un paraninfo donde había una estatua de Santander, un busto, y esa la arrancamos para que se subiera Camilo Torres a hablar. Al final lo sacamos en hombros. Ese espíritu juvenil, altivo, en el que uno cree que va a cambiar el mundo.

Es que mira, ahora a raíz de la muerte de Alberto Sierra, el otro personaje, yo pienso que nosotros fuimos muy marcados por una serie de acontecimientos que se dieron en los años 60: la marihuana, la revolución cubana, la psicodelia, Rollings Stones, Beatles… el rock bueno; en la moda, la minifalda, el pelo largo, la rebeldía juvenil, la unión libre… una cantidad de cosas que, en una sociedad que era completamente pacata, eran absolutamente liberadoras. Nuestros padres, por supuesto, ponían el grito en el cielo “que apaguen ese tocadisco, me tienen aburrido… que córtense el pelo”.

-Pero bueno, ya mencionó usted que dirigía el Grupo Taller de la Universidad, pero cuéntenos como fue ese proceso de conformación y, de paso, quién era la cofundadora misteriosa que luego terminaría siendo gran actriz de teatro…
María Cristina de la Torre, quien es hoy columnista del periódico El Espectador. Era una niña, digamos, lo que dicen “bien”, de clase alta, pero estupenda, maravillosa y muy bonita, rubia… El grupo de Taller de la Universidad de Antioquia, que yo funde, tuvo este origen: Ya yo venía con las inquietudes del teatro y no era un novato, digamos, entonces un día, entrando a la universidad había un letrero que decía “los que quieras integrar el grupo de teatro, por favor asistir hoy a la reunión…” y yo me dispuse a asistir. Cuando yo llegué, a mi me llamó mucho la atención esa niña tan bonita y busqué la forma de sentarme al lado de ella, luego nos pusimos a conversar y ella me pidió un cigarrillo, en ese tiempo yo fumaba Piel Roja. El señor que supuestamente iba a formar el grupo era bien sabido de teatro, Sergio Mejía Echavarria, pero te estoy hablando de la rebeldía, así que todo lo que pasaba para nosotros era maluco. El planteaba un teatro clásico, como español, como muy decimonónico. Y nosotros estábamos contra todo eso, pensábamos en la ruptura, el espacio libre, descalzos, sin telones, sin vestuarios…


-Y donde, además, para ese momento, comenzaban a moverse los planteamientos de Grotowski…
Pero no nos había llegado todavía. El sí estaba por allá en su cuento, pero todavía no había llegado por acá. Eran inquietudes de toda esa época ¿me entiendes?, se trataba de romper con todo, todo lo que fuera, normas, reglas… y eso implicaba una búsqueda de libertad.

Había un hecho importante que iba a suceder en el 68 que es el Mayo en París, en donde ya se veía un movimiento estudiantil; por eso te hablo de la situación estudiantil, porque venía gestándose toda esa cosa con la influencia de la revolución cubana, todo ese cuento de Marx; no era raro ver tú en la universidad a gente discutiendo El capital y leyendo a Sartre, las niñas con El segundo sexo de Simone de Beauvoir, el pelo largo y el “Let it be” en la grama, cosa que no se veía antes ¿me entiendes?

- ¿Pero, y qué paso con María Cristina en esa reunión?
Yo le dije “oye, esto si está aburrido… ¡esta mierda no!” y ella dijo estar pensando lo mismo y me pidió que saliéramos. Así lo hicimos, pero había otros tres muchachos que por escucharnos se fueron detrás, estos eran Octavio García Gómez, Francisco Campuzano y, bueno, el otro te lo digo después, que ahora mismo no recuerdo. Y nos fuimos para la cafetería a hablar, hablar y hablar, y concluimos hacer un grupo nosotros, como yo era el más experimentado entonces me escogieron a mí de director.

Entonces hablamos con el Doctor Meza Jaramillo, que había sido filósofo profesor en la Sorbona, nos hablaba mucho de “l'atelier” en París, entonces decidimos ponerle “El taller”. Estrenamos con dos obras, entre esas una mía “las verjas coloradas”, más bien malita y que supe perder.

-¿Se perdió o la perdió?
La perdí (risas y silencio). La deseché, pero se me hace interesante ¿me entiendes? Es un proceso. Es más yo creo que rompí, como cosa mal hecha, esos textos que hoy debían ser ejemplo de lo que no se debía escribir para teatro. (Risas)

-Tiempo después se le atribuye también la creación de “La polilla”…
Si, “La polilla” fue después, por una circunstancia, y es que resulta que tuve que volver de Medellín en el 68 por razones económicas. Y me vine para Cartagena. El año anterior se había hecho un festival, en el que conocí a Jaime Díaz, quien era del grupo de teatro de la Universidad de Cartagena, quienes además presentaron una obra malísima, recuerdo que hasta le tiraron piedras y todo. Cuando nos encontramos acá en el 68 me preguntó que andaba haciendo y me ofreció el puesto de director de la Universidad de Cartagena, pero como habían tenido tan mala imagen el año anterior, yo dije que lo primero que había que cambiarle era el nombre y desde ahí se empezó a llamar “Teatro Estudio”. Ahí estuve hasta el 72 dirigiendo, hasta que fue nombrado un rector godo, de ingrata recordación, que incluso mando a pintar las paredes de azul y a echar a todos los que pensábamos diferente, disque por comunistas. Entonces, yo después de tener ese sueldito de la Universidad me preguntaba ¿Qué voy a hacer?, Y decidí hacer títeres, de ahí fue que nació “La polilla”. Yo, entonces, andaba con mi “polilla” por todos los colegios y todos los barrios, y ponía funciones a cien pesos para subsistencia. Mejor dicho, yo creo que la polilla era yo.

Porque fíjate, cuando llegó el TPB, Fanny me pregunto: “que andas haciendo che…” y yo le dije que andábamos mamando porque nos habían echado y ella me pidió que la llamara, cosa que hice, y al rato dijo que había conseguido, para mí, un trabajo en la empresa de energía eléctrica de Bogotá y yo no me lo podía creer. Por supuesto la Polilla allá se consolidó, porque se presentaba en el Teatro Cultural del Parque Nacional, en el que se rotaba con zanqueros y payasos y recogíamos a todos los niños, cual flautista de Hamelin. Fue una época muy linda.

Después en el año 75, llegó el “Libre Teatro Libre” y ahí conocí a una gente que me dijo que en la Universidad Eafit estaban necesitando un director de teatro y yo sin pensarlo acepté. Con los títeres recorrí todo el país, de hecho por ahí guardo una filmina, que en ese tiempo era lo máximo, de funciones que hice en una vereda de que llama “La cejita”, en plena cordillera central; frio, frio, frio y una gente que se extrañaba con mi color, porque ellos eran blancos, como albinos, de pestañas blancas, entonces yo era ahí como una mosca en leche. En esa ocasión recuerdo que fuimos a inaugurar una escuela, pero fue muy lindo, porque a esa vereda aun no llegaba la televisión, ni nada de eso, entonces, dado que la función empezó tarde, los campesinos empezaron a traer unos mechones y unas telas para iluminar. Y lo más interesante fue que, tú sabes que los títeres salen y saludan, pero los niños no respondían, y vaya que siempre hay pelaos que joden o gritan, pero no, esta vez solo había silencio, entonces de repente un niño se atrevió a responder y al rato casi hacen caer el teatrino; todos querían darse la vuelta para ver cómo era que se movían esos títeres.



-Pero no solamente viajó con los títeres, también La Visita lo hizo por usted, siendo la obra de un cartagenero más montada en el país ¿en qué momento llega?
Cuando yo volví a Cartagena, en el año 80, con Jaime, con Alberto y con algunos otros, empezamos a luchar porque se reabriera el teatro de Heredia, que estaba en ruinas, y por la reapertura de la escuela de Peñalver, para eso hicimos algunas protestas y Jaime, que era el del vozarrón mas fuerte era el que siempre daba el discurso.

En el año 88 logramos que se creara, otra vez, la escuela de teatro, y yo fui el coordinador, junto a Alberto Borja y Jaime Díaz que eran profesores. En ella empezamos de nuevo con la escuela, de una forma más institucionalizada, con pensum y logramos poner piedras angulares. “La visita” fue escrita aquí y “Casa de muertos”.

-¿Pero cuál es el secreto de la obra? ¿Qué hay en ella que identifica a la gente de teatro?
Yo no sabría decirte, pero en todo caso encanta mucho. Yo pienso que es porque se trata de un tema recurrente, pues se trata de una prostituta que está en su habitación y sale del baño peinándose, lista para ir a trabajar, y se encuentra con una mujer de negro a quien le pregunta por donde ha entrado. La muerte puede entrar por cualquier lado. Y la muerte empieza a decirle cosas que ella, la prostituta, cree que nadie sabe; todo lo malo que ha hecho; hasta que la muerte la lleva a que ella misma vaya confesando sus crímenes y al final la invita a tomarse un veneno. Yo tengo una crítica que hicieron en Estados Unidos, con un enfoque interesante, en la que se dice que es la conciencia que lo empieza a juzgar a uno y lo va llevando a ese estado de autodestrucción.

-¿Eso quiere decir que usted ha liberado su obra, para dejarle tener vida propia y así poder responder preguntas que ni usted mismo le ha hecho?
Y yo me sorprendo, no solo de eso, sino de la cantidad de alternativas que aun se le encuentra. Por ejemplo mi amiga Rosario Vargas, que lo montó en Estados Unidos, travistió a la prostituta, quien a medida que se va desarrollando la historia se va despojando, hasta quedar tan solo en calzoncillos. También se ha intentado con varias prostitutas y se ha hecho, también, con dos hombres, y a mí me sorprenden esas posibilidades. Un texto no debe ser ahí una cosa rígida, la gracia es que alguien se encuentre en él.

Uno de sus montajes, presentados en el Heredia y el Paraninfo, reza con belleza “uno llora, llora por nada, por no reír – exclama Hamm- y poco a poco… Una verdadera tristeza nos invade” (final de partida, Samuel Becket) esto se define para Nedeu como, “La capacidad de revestir la tragedia con los ropajes de la farsa” ¿Es esa la tesis del teatro de vanguardia Cartagenero?

Esa es la tesis del teatro en general. Esto es muy interesante porque en unas vacaciones que vinimos en el año 66, Alberto Sierra, quien dirigía el teatro de Cámara de Cartagena, en una carta me había pedido traer algo para montar en vacaciones, y yo le mande “Final de partida” que me había impresionado mucho.

Esta obra es como una metáfora del poder, también del absurdo, en la que los personajes viven en una isla, encerrados en una casa con dos ventanitas por donde entra la luz y la brisa, cuando la abren; Hamm no se puede mover, es ciego y está en una silla de ruedas, Clov es el criado, o el hijo, que es el que se mueve y no se puede sentar y los dos padres de él, que están sin piernas, que perdieron en un accidente en un lago de Suiza, los tiene metidos en un tache de basura; ellos aparecen con cierta frecuencia pidiendo la comida y luego los tapan. Hamm, a pesar de su ceguera, domina a Clov. Hay partes terribles como por ejemplo “Muéveme la silla… la has movido muy a la derecha… la has muy a la izquierda… que te he dicho que me dejes en el centro… que ese no es el centro”.

Es como una metáfora del poder, como cuestión de dominio, porque fíjate, al final Clov decide partir porque se encuentra aburrido y sin embargo no se va, hay algo que lo mantiene en ese lugar. Esa obra marco mucho en Cartagena, por su lenguaje, por ser un teatro muy duro y tan poco conocido. Al final la reacción no fue de aplausos pero bastaron tres minutos para que la gente lo hiciera a rabiar; fueron tres minutos para tomar aire…


-¡Oigan! ¿No les parece que he hablado ya demasiado?- decía el maestro antes de levantarse e invitarnos a tomar “alguito” en la tienda de las bóvedas, lugar al que es más asiduo que la virgen del parque, y donde después de cinco “frías” se atrevió a hacer un cuestionario del Actor Estudio, que un amigo había llevado para hacerle en caso de emergencias.

-¿Qué sonido ama?
El del agua…
-¿Cuál odia?
Un peo 
-¿Qué mala palabra es de su gusto?
¡Mierda!
-¿Cuál no?
Mala palabra que no me guste… “jueputa”, pese a que la digo mucho. (Risas)
-¿Qué profesión, aparte del teatro, le habría gustado ejercer?
¡Músico!
-¿Cual no le habría gustado?
Son tantas.... pero creo que Arquitecto
-¿Y si muriera y subiera al cielo que espera poder decirle a Dios?
Erda… ¡Qué bacano!

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